lunes, 22 de junio de 2009

Penélope: La tejedora engañada. Por: Rosalinda Hernández C

Cuenta la historia que hace muchos años, pero muchos años atrás en la antigua Grecia, existía una hermosa, inteligente y abnegada mujer llamada Penélope, la cual se desposó con Ulises, sabio y astuto guerrero, de impresionantes dotes y hermosura, lo que causaba la admiración de cuanta doncella conocía.
Según Penélope su esposo Ulises, era apasionado por las batallas y se enfrentaba sin pensarlo dos veces a cualquier pelotón de combatientes que osarán violentar los principios fundamentales de su época, razón por la cual Ulises se veía en la obligación, de ausentarse por largas temporadas del hogar.


Pasaban los días y la enamorada Penélope aguardaba con recato el regreso de su esposo, para apaciguar la incertidumbre y la ausencia de su amado, Penélope tejía y tejía, desbarataba su tela y empezaba nuevamente a tejer.
Ulises regresaba de sus viajes con la promesa de no volver, pero en menos de lo que su esposa imaginaba, pronto tenía que estar de vuelta en el campo de batalla. Penélope con delicadeza y nostalgia preparaba el equipaje: botas, pantalones, camisetas y hasta el alimento del camino. El apuesto hombre partía a su destino siempre en la madrugada, mientras tanto la bella Penélope tejía y tejía.


Transcurrió el tiempo, tal vez muchas décadas, Ulises iba y venía y Penélope siempre sola. Una mañana de agosto, cuando el astro rey hacía a plenitud gala de su luminosidad y el viento acariciaba el ambiente, apareció en la aldea un extraño viajero proveniente de otras tierras, traía una misiva para Penélope.

¡Mayor sorpresa! El remitente de la carta era el cruel Ulises, quien explicaba en sus cortas líneas, que sus batallas existieron sólo en su mente y que el real motivo de su ausencia era que tenía una familia al otro lado de la montaña, por quienes por mucho tiempo engaño a la dócil Penélope. Pidió perdón por sus mentiras y explicó que jamás volvería, esta noticia le desgarró el alma a la tejedora, quien desde ese mismo momento no paró de tejer, hasta ver sangrar sus manos, no se levantó ni para comer, hasta caer muerta de hambre, traición y tristeza.

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